Mi 2016

viernes, 30 de diciembre de 2016

2016 suma 9. 
2000 flores 15 besos y 1 foto.
20 viajes y 16 puzzles.

Recorrí 2016 con los ojos bien abiertos y bailando lento. Mamá plantó fresas y crecieron hasta salirse de las macetas. Hablé con un buen amigo acerca de los lobos que salen de su escondite cuando el sol se va a dormir. Caminé con las manos haciendo equilibrio. Mi pelo acariciaba el suelo con la delicadeza de las olas que se desvanecen en la orilla. 

Me di cuenta de que los límites te los pones tú mismo y de que el cielo es tuyo y mío y de quien lo quiera. Que los deseos son lo más valioso que tenemos y que nuestro deber es mantenerlos intactos. Que los momentos más hermosos llegan cuando menos los esperas y se  escapan como arena entre los dedos. Que al miedo hay que plantarle cara y que el tiempo es clave. Que del dolor nacen flores y que las grietas son bonitas y pueden llenarse de abrazos o semillas.



La primavera me llevó a tu piel. Se abrieron los girasoles y se nos llenaron los bolsillos de caracolas. Recuerdo la música clara de aquellos días. Recuerdo cuando me leíste tu cuento.

Recuerdo las tardes de verano cuando saltábamos del árbol a la piscina y espantábamos las moscas de la sandía. Cuando atravesábamos los campos de plataneras por el camino de tierra. Recuerdo aquellos paseos en la mañana con ellas. Nuestros rostros dorados por el sol, las miradas perdidas y los silencios puntuales, como orquestados. Es curioso como hay silencios en sí mismos que hacen más ruido que las palabras y que, por alguna razón, quedan grabados como tatuajes en la piel. No consigo rescatar de mi memoria lo que hablábamos en aquellos trayectos y, sin embargo, recuerdo con claridad los silencios. Solían producirse siempre en el mismo tramo, cuando tomábamos la recta ancha del cañaveral e iniciábamos el camino de vuelta a casa dando la espalda al mar.





Recuerdo aquella mañana fría de noviembre. Un rayo de sol atravesaba el vaho de la ventana y se clavaba como lava ardiendo en la foto que colgaba de la pared, ligeramente inclinada, frente a la cama. Me acuerdo del olor a café. Si cierro los ojos puedo ver los tuyos. El archipiélago de tus pupilas. Las sirenas y los marineros.

En invierno viajé con mi padre al verano y tomamos un vino italiano en el Puerto. Casi todo lo que sé sobre la lealtad a uno mismo lo aprendí de él.

Miro el reloj, son las cinco de la mañana, es treinta de diciembre. Mi hermana duerme en la cama de al lado. La persiana no está cerrada del todo y la luz de la farola se cuela por la parte baja de la ventana iluminando su cabello de miel. No puedo dormir y pienso en que mañana estaremos celebrando Año Nuevo. 

Pienso en mi 2016, en lo que recuerdo. Sonrío. Me levanto y cojo el ordenador, tengo que escribirlo.


Texto y fotos: Yasmina Pérez