Hay amigos que con sólo sonreir encienden tu alma. Hay otros que solamente con mirarte adivinan lo que estás pensando y otros que saben como hacerte reir, y lo hacen una y otra vez. Hay otros que viven lejos, pero vuelves a verlos y descubres que nada cambió.
Hace unos días viajé con tres de esos amigos a un lugar de calma.
Hubo desierto y viento. Calor y olas. Y vimos estrellas fugaces que estallaban como fuegos artificiales.
Hubo caminos rectos y algún giro y bebimos ron miel y zumo de naranja con moras.
Jugamos a las cartas y a las adivinanzas. Desayunamos en El Goloso cada día, compramos la colchoneta hinchable más grande del chino y corrí tras mi sombrero un día sí y otro también.
Nos bañamos en playas solitarias al atardecer y una vieja amiga nos recordó lo importante que es caminar descalzo.
Reímos a carcajadas hasta apagar la luz. Y seguimos riendo con la luz apagada.
Nada, no hay nada mejor que volver a las raíces.
No sabría decir como me sentí cuando me fui. Lo que si sé es que lo realmente bueno pasa en un abrir y cerrar de ojos.
Texto y fotos: Yasmina Pérez
Fuerteventura, agosto 2014